Seguramente resulte difícil
comprender cómo, si se reducen los impuestos, la recaudación puede
incrementarse. Imaginen que, de pronto, en un quiosco entran menos clientes:
¿qué pasará con los ingresos del quiosquero? Si tu respuesta es que sus ingresos
van a disminuir, estás en lo correcto. Sin embargo, la lógica de esta teoría funciona
de manera distinta.
Lamentablemente,
los tributos (en cualquiera de sus tres especies: impuestos, tasas y
contribuciones) han sido en nuestro país una fuente de recaudación exitosa para
todos los gobiernos hasta diciembre de 2023. Y digo lamentablemente porque ese
ingreso fiscal nunca estuvo acompañado de una mejora en la calidad de vida ni
en los servicios básicos como seguridad, educación, salud u obras públicas
estructurales. Para todos ellos siempre hubo migajas y, cuando los gobiernos
populistas dejan el poder, la culpa de los desastres recae en sus sucesores.
Ellos, obviamente, salen incólumes.
Ahora
bien, ¿qué es la Curva de Laffer? ¿Y qué relación tiene con lo anterior? El
modelo fue propuesto por el economista estadounidense Arthur Laffer, quien
ilustró en una servilleta que, si bien el Estado puede seguir aumentando los
impuestos, esto no necesariamente se traduce en un mayor nivel de recaudación
tributaria, sino que, llegado cierto punto, ocurre lo contrario.
En la abscisa, representada por t, se ubican las alícuotas de los
tributos exigidos por el Estado en virtud de su poder de imperio. Si tomamos
como ejemplo la coyuntura nacional, aquí podrían considerarse impuestos como
IVA, Ganancias, Bienes Personales, Créditos y Débitos, Combustibles, entre
otros. En la ordenada, representada por T,
se refleja la recaudación, es decir, lo que efectivamente ingresa al Estado en
función de esos tributos.
En
el origen puede observarse que la recaudación es cero cuando no hay impuestos
(algo lógico). En el otro extremo, si el Estado grava con el 100% de la riqueza
generada, los contribuyentes tampoco pagarán, ya que no existiría base
imponible (también lógico). Si no, estarían trabajando únicamente para pagar impuestos.
Entre ambos puntos, a medida que aumentan los impuestos, la recaudación también
lo hace, pero no de manera indefinida. La pregunta clave es: ¿ese efecto se
mantiene siempre? La respuesta es NO. Ningún contribuyente está
dispuesto a soportar constantes incrementos impositivos, menos aun cuando su
calidad de vida y la de la sociedad se estanca o incluso empeora. En ese punto
aparece el hartazgo y dejan de pagar. Y no por ser evasores u oligarcas, sino
porque ya no aceptan una política fiscal abusiva.
Ese
límite se representa en la curva como T
máx y t*
respectivamente. A partir de allí, la recaudación tributaria disminuye. La
presión fiscal, lejos de incrementar los ingresos estatales, los reduce.
Esto
ocurre porque Argentina nunca contó con un plan macroeconómico serio y libre de
sesgos ideológicos. Cada gobierno que asume improvisa, pierde tiempo en discusiones
políticas estériles y concentra sus esfuerzos en vivir del Estado. Para
sostenerse, recurre a mecanismos que desgastan al sector productivo: impuestos
sin pausa, deuda pública sin vocación de pago y, la más nociva de todas, la
emisión monetaria derivada de un Banco Central carente de independencia
política. Esto destruye la economía porque quienes financian este esquema son
pymes, emprendedores, trabajadores, el campo y cualquier argentino de bien que
genera riqueza genuina. Al ver reducidos sus márgenes por la presión fiscal,
muchos terminan evadiendo, eludiendo o cerrando sus negocios.
Esto muestra que la presión
impositiva no solo afecta la recaudación que es lo que más les importa a los
políticos, sino que también a la actividad económica. Porque a medida que los
tributos aumentan, las empresas y los individuos ven impedidos en producir
bienes y servicios de calidad al menor precio posible, invertir o consumir, lo
que impacta directamente en el nivel de actividad y, en consecuencia, en el
PBI. Si la carga fiscal supera cierto punto, el efecto desincentivador genera
menor producción y empleo, reduciendo la base imponible. Por eso, más allá de
la recaudación, el verdadero aporte de esta teoría es señalar cómo la política
tributaria puede condicionar el crecimiento económico de un país.
Una
crítica que suele hacerse a la Curva de Laffer es que algunos asesores
económicos recomiendan aumentar los impuestos hasta el punto de máxima
recaudación ya mencionado en el gráfico. Pero no proponen eliminarlos ni
acercarse al origen de la curva. El problema es que no se trata de maximizar la
recaudación, sino de frenar la justificación del saqueo que representan los
impuestos para quienes producen riqueza genuina.
En
todo caso, la Curva de Laffer puede considerarse como una fotografía de
referencia sobre las consecuencias recaudatorias y el impacto en la actividad
que generan los aumentos impositivos. Pero la reducción de alícuotas debe ir
acompañada de una reducción del gasto público hasta lo mínimo e indispensable,
siguiendo la doctrina liberal: defensa, administración de justicia y orden
interno. De nada serviría reducir impuestos si el gasto público se mantiene,
porque se financiaría igualmente con deuda o con emisión monetaria, lo que implica
el impuesto inflacionario, el más nocivo de todos.
En
conclusión, bajar impuestos no debe ser una política aislada. Es necesario
alcanzar el equilibrio fiscal reduciendo también el gasto público. Tampoco se
trata de maximizar la recaudación, porque eso nos pondría en la misma lógica de
los socialistas que justifican la apropiación estatal de la riqueza y el
despilfarro de recursos públicos.
Como
no sabemos con certeza si nos encontramos a la izquierda o a la derecha de la
Curva de Laffer, no puede definirse con precisión qué política fiscal
corresponde aplicar únicamente observándola. Sin embargo, lo que sí parece
claro es que los impuestos deberían reducirse drásticamente y limitarse a
cubrir lo esencial: defensa, seguridad y justicia.