Que nuestro país lleve décadas de decadencia
no es ninguna novedad, y, que los cuantiosos impuestos que religiosamente
tenemos que pagar nos genera cada vez menos seguridad, salud, educación,
tampoco. Es que si lo pensamos desde el lado de las finanzas personales o
empresariales nos costaría comprenderlo. Porque un empresario sabe que si gasta
más de lo que ingresa pone en peligro no solo a su empresa, sino que a todo su
entorno (empleados, familia, proveedores, clientes, entre otros).
Una de las diferencias más notorias de las
finanzas públicas, con respecto a las privadas, es que esta última primero
obtiene ingresos y luego gasta, ajustándose a la realidad económica. En cambio,
el Estado hace todo lo contrario. Primero gasta, luego obtiene recursos. Y la verdad,
tiene sentido. No puede darse el lujo de
recaudar más o menos, porque más allá que sea un Estado minúsculo, hay gastos
que requieren ser erogados constantemente, lo que hace imposible esperar a
generar esos recursos para cubrirlos.
Después tenemos otra diferencia que no te la
explica ningún profesor en la universidad, y que la aprendes inconscientemente a
medida que vas profundizando tus conocimientos. La profesora de Finanzas I
repetía constantemente en clases “el mercado premia el riesgo”. Esto lo decía
en el contexto de su explicación del riesgo del mercado y la beta. Allí
aprendimos que, si beta era mayor a uno, entonces el riesgo de mi cartera es
mayor al riesgo promedio del mercado. Y si nosotros como asesores y/o
inversores tenemos un perfil agresivo y colocamos nuestras inversiones en
valores negociables mayor a uno, entonces, el mercado nos premiaba. Porque a
mayor riesgo, mayor ganancia. El riesgo aparece por desconocer una información,
ya que si la conociéramos cambiaríamos de decisión. El riesgo está ahí latente.
Sin embargo, para administrarlo, una de las alternativas que tenemos es
transferirlo. Una opción puede ser la diversificación. Cada activo al tener
distintas rentabilidades, disminuye el riesgo de pérdida. Entonces lo que hacemos
es diversificar en distintos instrumentos financieros, de distintos sectores de
la economía (servicios, combustible, comunicaciones, industria, agropecuario, software,
etc.).
Este gráfico que realicé a partir del que
todos conocemos, ilustra como a medida que diversificamos los activos que
tenemos en carteras, el riesgo va disminuyendo hasta un cierto punto, ya que de
ahí en más aparece el riesgo no diversificable o sistémico que es propio del
mercado en cuestión.
Ahora bien, no todo riesgo puede eliminarse. Podemos diversificar, cubrirnos, repartir nuestras inversiones en distintos sectores o instrumentos, pero siempre quedará un riesgo que no depende de nosotros. Y es el del mercado en su conjunto. Es ese riesgo no diversificable, el que está en la base de todo el sistema, el que el mercado premia. Porque si queremos ganar más, necesariamente tenemos que asumir más riesgo. Es una relación directamente proporcional; a mayor exposición, mayor rendimiento esperado. Y ese premio es lo que explica por qué algunos se animan a invertir en instrumentos más volátiles apostando a una rentabilidad mayor.
Visualmente tienen la explicación en este
gráfico casero que confeccioné en Excel. Observen como a medida que la curva del
riesgo aumenta, también lo hace el rendimiento de nuestros activos en cartera.
Es decir, alguien que se animó a invertir en β I, tendrá mayores beneficios que
algún inversor conservador de β. Y esto no solo es una fórmula matemática, es
una fórmula natural que, a mayor riesgo, mayor será el premio.
En síntesis. Beta en el marco del CAPM que
compara la volatilidad de mis activos frente al del mercado, nos dice que si es
igual a 1 ambos tienen el mismo riesgo. Si beta es menor a 1, nuestra inversión
es menos riesgosa. Y, si beta es mayor a 1, nuestro portfolio de inversión es
más riesgoso que el del mercado, por lo cual, es potencialmente MÁS RENTABLE.
En el mercado, el riesgo se asume y se premia.
Pero en la economía real, quienes arriesgan su capital para generar producción
y empleo, no reciben premios, sino castigos. El Estado, lejos de acompañar el
riesgo emprendedor, lo grava, lo persigue y lo desincentiva. Genera más
incertidumbre de la que ya existe.
Cuando arrancamos con un emprendimiento, ya
sea la primera vez o añadiendo una nueva unidad de negocios, hay que tener en
cuenta una serie de gastos que son propios del mismo al cual no podemos
escapar, y sabemos que son parte del mismo. Hablo del alquiler, seguros,
salarios, servicios de luz, agua, teléfono, gas, y otros. En caso de
corresponder podrá tener tal vez costos relativos a estudios de factibilidad
técnica, legal, operativa. Y todas estas erogaciones se sabe de entrada que,
sin ellas, no podés entrar al negocio. Es como si me quiero poner un quiosco y
no pienso gastar un peso en heladeras o freezer. Sé que tengo que invertir en esos bienes de
uso. Seguramente se lo compre a un distribuidor o a algún quiosquero que me lo
venda usado. Sea como sea, yo como privado, se lo compro a otro privado. Con eso
me aseguro que voy a tener dónde exhibir o guardar de mis bebidas o alimentos
que necesiten de frio. O sea, la inversión se justifica y cumple su función.
Ahora bien, lo tortuoso del camino emprendedor
es la relación jurídica/ económica que comienza con el Estado en cualquiera de
sus tres niveles (municipal, provincial, nacional). Desde ya en su municipio,
tiene que habilitar el local comercial con todos los requisitos irrisorios y
gastos ilógicos que conlleva el trámite. Sabe que tiene que pagar una tasa de
comercio (en la mayoría de las ciudades llamadas DReI) cuya contraprestación es
una supuesta inspección por parte de un funcionario municipal, que, en varias
ocasiones no se cumple, teniendo que abonar el contribuyente una tasa sin
ningún servicio asociado como contraprestación (siendo esa la naturaleza de
esta especie de tributo). Para el colmo tendrá que pagar adicionales por el
cartel que coloque con vista a la calle, o, por una simple pintura con el
nombre del negocio o productos que ofrece en el mismo. Y si se le ocurriera
plotear un rodado, marche adicional.
En la provincia será contribuyente local del
Impuesto sobre los Ingresos Brutos, el peor de todos, el más regresivo, el que
más mal le hace a la economía, el que se traslada de una operación a la otra y
va generando pérdida de eficiencia en cada uno. Es el impuesto a los que los
comerciantes le tienen horror a la hora de recibir transferencias ya que
inmediatamente serán susceptibles de sufrir retenciones, a sabiendas que su
saldo a favor jamás lo van a recuperar. Si le va bien y se expande a otras
jurisdicciones tendrá el Convenio Multilateral con sus dolores de cabeza. Después,
por supuesto, tendrá patente, sellos e inmobiliario.
A nivel nacional tendrá un impuesto indirecto
como el Impuesto al Valor Agregado (IVA) y otro directo que es el Impuesto a
las Ganancias. El primero, de naturaleza regresiva al igual que Ingresos Brutos
y termina afectando a todos por igual, sin distinguir niveles de ingresos. Su
alícuota general es del 21% y encarece prácticamente cualquier bien o servicio.
Que dicho sea el paso, servicios esenciales como la energía eléctrica está
alcanzado por el 27% y cargado de otros tributos municipales en la factura. El
emprendedor, al estar inscripto, actúa como agente de retención del ARCA (ex
AFIP). Traslada el total del impuesto al consumidor final y luego lo ingresa al
fisco. Es decir, trabaja, factura y además recauda para el Estado. Un esquema
que castiga el consumo, desalienta la inversión y termina impactando de lleno
en los precios.
Después viene Ganancias que abarca tanto a
personas humanas como a sociedades, y grava la utilidad obtenida, sin tener en
cuenta si el dinero realmente quedó disponible o si fue reinvertido. En la
práctica, se paga por “haber ganado”, no necesariamente por “haber cobrado”. Si
le va bien, paga más. Si le va mal, nadie le devuelve lo que aportó de más. Lo
paradójico es que hasta en los años malos, cuando se intenta sostener la
estructura, el fisco igual mete la mano.
A eso se suma el Impuesto Sobre los Créditos y
Débitos Bancarios (conocido como el impuesto al cheque), una carga absurda que
termina castigando la simple circulación del dinero. Los empresarios lo padecen
a diario ya que temen recibir o hacer transferencias porque saben que
automáticamente perderán una parte. En un país donde debería premiarse el uso
del sistema bancario, el Estado lo castiga.
Y, por último, la declaración de Bienes
Personales. Un tributo que grava el patrimonio ya adquirido, el fruto del
esfuerzo pasado. Se anunció que dejará de existir en 2027, pero la historia
argentina nos enseñó que los impuestos “transitorios y de emergencia” suelen
ser eternos. Todo esto muestra que, mientras el privado arriesga, trabaja e
invierte, el Estado aparece en cada paso para quedarse con su porción. No
importa si ganas o perdés. Siempre cobra.
La explicación grosso modo de estos tributos,
refleja como la Argentina desincentiva el comercio, la producción, el trabajo,
el esfuerzo, la meritocracia, porque todo es base imponible de algún impuesto
en cualquiera de sus tres niveles. Nuestro sistema tributario está diseñado de
tal forma que, si más te arriesgas, más tributas al Estado. Lo contrario al
mercado. Vimos como a mayor exposición al riesgo, y con inteligencia a la hora
de diversificar, el mercado nos premia.
En Argentina, una
misma base imponible puede ser alcanzada por tres hechos imponibles distintos, y,
por ende, pagar tres impuestos o tasas diferentes. Así es imposible que una Pyme
o un emprendedor pueda crecer. No hay forma de avanzar con la soga al cuello,
cuando el principal acreedor termina siendo el Estado.
Anteriormente vimos
cómo el mercado premia al que se anima a asumir riesgos, aun con la
incertidumbre propia de cualquier inversión. En cambio, el Estado, en su afán
recaudatorio, no tiene miramientos. Fíjense lo que pasa con las tasas
municipales, como el DReI, y los famosos adicionales. Un pequeño comerciante
que invierte para plotear sus vidrieras, sacar unas mesas a la vereda, o colocar
un cartel luminoso más vistoso y llamativo para nuevos consumidores, termina
cayendo en una trampa para osos. Todo eso se transforma en una base más amplia
sobre la que se aplica una tasa adicional por “publicidad y propaganda”. Y si
el comerciante tiene dos locales, paga por ambos. No hay dos por uno, no hay
incentivo, no hay exención al esfuerzo.
Pero bueno, si no creen
nada de lo que les digo, vayamos entonces a la lectura de los gráficos para
entender el fenómeno de los tributos en un mercado y sus efectos nocivos.
Spoiler: NADIE GANA.
Allí hay un mercado en
equilibrio perfecto. S es la oferta, D la demanda, P el precio,
Q la cantidad y Pe/ Qe es el punto de equilibrio que surge
de la intersección entre la oferta y la demanda. Es el precio que vacía al
mercado y aquel para el cual la cantidad demandada es igual a la oferta. En
este punto no hay escases ni excedente.
Ya con la
implementación del nuevo impuesto, la situación del mercado se complejiza.
Vamos por parte. El precio aumenta porque los costos ahora incorporan el
impuesto, que actúa como un incremento artificial del costo de producción, por
ende, la cantidad demandada disminuye, y la oferta también. Es decir, no se
ofrecen menos bienes y servicios porque el productor no quiere venderlos, sino
porque los costos ahora serán más caros y tendrá menos eficiencia que antes. Y
como verán, hay un nuevo punto de equilibrio.
La nueva curva de
oferta es S’ y ya contiene en su precio el tributo t, y refleja
que, para cada cantidad ofrecida, el productor necesitará recibir un precio
mayor que compense el impuesto. Esta nueva situación, de ahora en más, traerá
aparejada consigo una serie de efectos nada positivo para este mercado en
cuestión. En los libros siempre se estudian por áreas o zonas, y son
representados por letras. Vamos a ir de a uno
-
A: es la pérdida del
excedente del consumidor al cual se le transfiere el impuesto. El consumidor
antes pagaba Pe, ahora está pagando un precio mayor Pc, consecuencia del
impuesto expresado por la letra t al margen del gráfico.
-
C: es la pérdida del
excedente del productor al cual se le transfiere el impuesto. Lo mismo que el
consumidor sufre, sufrirá también el productor, ya que recibirá menos dinero
por unidad vendida. El precio no aumentó por la mecánica misma del mercado,
sino por una medida arbitraria y deliberada del Estado, esto les quita a ambos
(productores y consumidores) excedentes.
-
B y D: es la pérdida
de consumo y producción que se pierde respectivamente. Esta es una situación de
pérdida irrecuperable de eficiencia. Estas áreas representan las transacciones
que ya no se realizan. Estas unidades hubieran beneficiado a ambos, pero ahora
desaparecieron, por eso se las considera irrecuperables.
La línea naranja marcada como Prod. representa el precio que
efectivamente le queda al productor después de que el Estado mete la mano. No
es un costo, es su ingreso neto. De lo que paga el consumidor como Pc,
una parte va directo al fisco, y el resto es lo que realmente cobra quien
produce Pp o Prod. Antes, ese precio coincidía con el del
mercado. Ahora, por el impuesto, termina recibiendo menos que antes. En otras
palabras, trabaja igual, pero gana menos. Y el Estado, claro, se queda con la
diferencia.
Si el consumidor
pierde A y B, y el productor pierde C y D, el Estado gana A y C. Entonces
fíjense la locura de la situación. Porque el Estado es quien realmente se queda
con el excedente de la oferta y la demanda; y termina de arruinar el equilibrio
de mercado dejando a B y D con pérdida de eficiencia.
Todo esto nos ha
enseñado que, paradójicamente, quienes más se esfuerzan son los que más aportan
al erario público. Y, al mismo tiempo, los más castigados.
En definitiva, el
mercado premia el riesgo. El Estado, en cambio, lo castiga. Mientras uno
recompensa la iniciativa, la creatividad y la capacidad de asumir
incertidumbre, el otro penaliza el esfuerzo, la inversión y el trabajo. Es una
relación desigual donde el privado arriesga su capital, su tiempo y su futuro,
y el Estado solo aparece para reclamar su parte, sin importar el resultado.
La verdadera
competitividad de un país no se construye con subsidios, ni con controles, ni
con impuestos que asfixian. Se construye dejando que quienes generan valor puedan
hacerlo sin miedo. Que el que se arriesga, gane. Que el que invierte, crezca.
Que el que trabaja, prospere.
Hasta que eso no
cambie, Argentina seguirá siendo un país donde el mercado premia, pero el
Estado castiga.
Y donde producir será
siempre más difícil que recaudar.